Contenidos
Me siento como la niña Momo
“Me siento como Momo luchando contra los hombres grises”, me comentó ella, hablando de la vida de oficina, un lunes tonto de camino a la oficina.
Alguna conexión neuronal se activó de golpe. Mi cerebro intentando recordar aquel libro leído en la infancia. ¡Vaya proeza para mi memoria de pescadilla! Como intuía, a pesar de mis esfuerzos, logré poco más que fugaces imágenes sobre una niña con rizos y sobre hombres de traje gris con bombín y cigarro, así que me lancé de lleno a la tarea de revisar la historia de la pequeña Momo.
Mi cuerpo había reaccionado sabiamente allí donde mi consciencia se mantenía en la inopia. El libro habla sobre el tiempo, uno de mis temas favoritos. Lo escribió Michael Ende hace 45 años y su mensaje de alerta frente al ahorro del tiempo está más vigente que nunca.
De todo el tiempo que ahorraba, no le quedaba nunca nada
“Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo.”
“Cada vez se volvía más nervioso e intranquilo, porque ocurría una cosa curiosa: de todo el tiempo que ahorraba, no le quedaba nunca nada. Desaparecía de modo misterioso y ya no estaba. Al principio de modo apenas sensible, pero después más y más, se iban acortando sus días. Antes de que se diera cuenta, ya había pasado una semana, un mes, un año, y otro.”
Momo (atención, que viene spoiler) venció a los hombres grises, instalados en el mundo para robar el tiempo de los humanos. Estos cenicientos individuos convencían a los adultos de las bondades del ahorro del tiempo (“El tiempo ahorrado vale el doble”). El propósito: poder empezar otra clase de vida en algún momento del futuro. ¿Os suena? Por cierto, qué bueno leer a una niña salvando el mundo.
Hacer, hacer y no parar de hacer
Vivimos instalados en el ajetreo. Hacer, hacer y hacer, pero, sobre todo, hacer más en menos tiempo. Creo que vivimos la única época de la historia en la que “tener muchas cosas que hacer” es símbolo de estatus social. Pensemos en el alto ejecutivo, en el empresario. No paran, como el resto. Millones de soldaditos consumidos buscando nuevas fórmulas de aumentar la productividad. Agendas híper ocupadas en el trabajo, pero también en casa. ¿Cuándo fue la última vez que no os sentisteis culpables haciendo nada? Me apuesto algo a que hace siglos.
La máxima es aprovechar el tiempo todo lo posible, y esto nos ha separado del atávico disfrute de no hacer nada. “Il dolce far niente” se ha convertido en “il dolce far troppo”. Sinceramente, creo que estamos enloqueciendo. ¡Paremos!
Paremos para vivir más tranquilos, pero también para mejorar nuestra salud emocional y para ser más creativos.
La creatividad no está en la lavadora
Porque parece ser, según varias investigaciones científicas, que cuando estamos ociosos, es decir, no concentrados en alguna tarea específica, se activa una parte de nuestro cerebro (la red neuronal por defecto) que “da sustento al autoconocimiento, los recuerdos autobiográficos, los procesos sociales y emocionales, y la creatividad”.
Vamos, que la creatividad y la capacidad de autorreflexión no surgen mientras ponemos la lavadora o cuando aporreamos la pantalla de nuestro Smartphone. Surge en esos momentos de mirar al techo de la habitación sin pensar en nada, de cerrar los ojos en el autobús cuando vamos al trabajo o en ese ratito de mirar al infinito sentados en un banco cualquiera de una ciudad cualquiera.
Esto que Andrew J. Smart nos cuenta en su libro “El arte y la ciencia de no hacer nada”, es precisamente lo que nos revela la historia de Momo. Junto a ella, la defensora del tiempo tranquilo, los niños inventaban nuevos juegos sin cesar, su amigo Gigi creaba extraordinarias historias y todos los adultos conectaban con su verdad.
Hoy prometo no hacer nada
Así que hoy, aunque solo sea hoy, os invito a lanzaros sin piedad al placer de la holgazanería y la pereza. Adoremos por un momento la flojera de movimientos, permitámonos no desperezarnos de la molicie para quedarnos ese ratito más en la cama, apaguemos el móvil, pensemos en nada, planifiquemos nada, hagamos nada. Vivamos un poquito más slow y ¡cambiemos el mundo!
PD. Con esta convicción de que las buenas cosas necesitan tiempo, creamos nuestras joyas. Nos gustaría que fueran, más que accesorios, emblema del tiempo dedicado a una actividad lenta y placentera, en cierto sentido monótona, y que deja espacio a nuestra mente para divagar.
Deja una respuesta